miércoles, 25 de junio de 2008

Una mariposa blanca.

El día era cálido, de primavera, un cielo límpido y azul. Los árboles floridos pintaban de rosa y blanco la avenida del parque. Las personas caminaban tranquilamente por las avenidas y senderos. El césped me invitaba y decidí descansar allí un rato. Me senté en la mullida hierba de trébol y me saqué los zapatos, mejor dicho las botas de piel de antílope que llevaba puestas y las dejé a mis pies. Y de pronto vi volar hacia mí, una mariposa blanca, absolutamente blanca, tenía tan solo unas pintas negras en el borde de las alas; y de pronto se posó delicadamente en el taco de una de mis botas. Sorprendente, siempre pensé que las mariposas solo se posaban en las flores de los jardines para libar su néctar o contribuir a la polinización de las plantas. Nunca pensé que una mariposa blanca se posaría en el taco de una de mis botas.

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