Hice mi primera comunión en un pequeño pueblo de la zona central de Chile: en la iglesia de San Antonio de Padua, en la provincia de San Antonio.
Tenía yo 9 ó 10 años, no recuerdo bien, y de pronto dejé de tener fé.
Surgieron interrogantes en torno al origen del Universo y en ese interrogatorio desapareció la imagen de Dios con aspecto de humano.
Recuerdo una conversación con mi padre en la cual estaba presente también mi hermano René y que nos llevó a mundos lejanos del Universo y a cuestiones metafísicas que no tenían respuesta. No podíamos comprender donde estaba el principio de todo. No concebíamos que antes de todo lo existente no hubiera existido Nada. La realidad nos parecía muy extraña.
Recuerdo que mi hermano preguntaba ... bueno y antes del primer hombre y la primera mujer ... ¿qué había antes? y siempre aparecía una respuesta y el siempre insistía ¿pero, que había antes de eso?.
No regresé a la iglesia después de mi comunión pero en ocasiones sentía la necesidad de sentarme en una banca de esas casas silenciosas y llenas de paz para inundarme de ese sentimiento.
Hoy día, ya adulta, llegué a la conclusión que no soy atea, y que aunque no soy muy religiosa, acepto la existencia de Dios: perfecto y absoluto, como concepto filosófico y metafísico.
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